Mis 43 años en la descubierta
Por Welnel Darío Feliz
En los inicios de la primera década de este siglo, en aquellos días en
que me iniciaba en la investigación histórica, comencé a visitar la librería La
Trinitaria. En aquellos días estaba centrado en levantar información sobre el
pueblo de Cabral, de allí que aunque me interesaba la historia regional, mi
propensión era por la historia alrededor de nuestros pueblos. Fue en ese
escenario que vi por primera vez el libro Mis 43 años en la descubierta, de
Jesús María Ramírez (hijo). En la ocasión me llamó la atención, pero siquiera
los hojee, pues buscaba exclusivamente otro libro, y, además, no tenía
los medios para comprarlo.
Los años pasaron y otras investigaciones me ocuparon. Me concentré en
estudiar la región durante el siglo XIX, de allí que lo relativo al siglo XX no
era parte de mi ímpetu historiográfico: fue así como nuevamente este libro no
me motivó a su lectura. Casi 15 años después de la primera vez que lo vi y en
el marco de nuevos intenciones investigativas y de conocimiento, pregunté en La
Trinitaria por ese trabajo y recibí por respuesta que “desde hacía años estaba
agotado”. Debo confesar que no tenía noticias previas, pero un sentimiento de
culpa me afectó, pues tal vez no debí esperar tanto para adquirir ese trabajo
sobre la región, sin importar lo que podía esperar. Fue en ese escenario que
pregunté a mi amigo Rafael Leónidas Pérez si lo tenía en su biblioteca, por lo
que él, después de positiva respuesta, me lo cedió en préstamo, con el celo de
una madre a su cachorro.
Abrí el libro y al momento que atrapó. Esas memorias del autor, desde
su llegada a La Descubierta por allá por 1921 hasta su partida en 1964 con
rumbo a Santo Domingo, constituyeron casi un retrato de lo que acontecía en la
vida cotidiana y social de la zona. Ramírez hijo explica el impacto inmediato
que le provocó La Descubierta, una zona caracterizada por su riqueza agrícola y
ganadera, pero principalmente por su mercado fronterizo, en el convergían
animadamente haitianos y dominicanos, en un escenario comercial en que los lazos
de hermandad se estrechaban, sin que existiese ningún tipo de resentimientos
históricos ni nacionalismos.
Su narrativa de la vida cotidiana y las relaciones comerciales en el
mercado, de los caminos hacia Haití, de las comunicaciones con Duvergé y Neiba,
de las dificultades del traslado a Santo Domingo -al punto que en 1928 duró
unos 6 días para llegar principalmente por una avenida del río Yaque-, de las
fiestas, de los bailes, de la alimentación y las relaciones humanas,
reconstruyen de forma fehaciente la vida de los hombres y mujeres suroestanos,
en un escenario de supervivencias. Agrega, además, anécdotas de la zona, muy
conocidas en la región, que son parte del folklore vernáculo y la identidad
pueblerina. Resalta la vida productiva-agrícola del pueblo, principalmente en
lugares como La Habitación, la importancia de las playas del lago para la
ganadería y la explotación agrícola y la riqueza forestal de aquellos lugares.
Un punto interesante de inflexión de la sociedad descubiertense
narrado por él, se da en el momento en que se iniciaron las persecuciones
contra los haitianos en 1937 y los llamados desalojos, lo que llevó a la
eliminación del mercado, la baja de la economía agrícola propia de la lomas de
la zona y el surgimiento de grupos de personas que robaban en los conucos y
llegaron a dar muerte a varios munícipes, al punto que se crearon comités de
defensa civil para proteger aquellos lugares.
Aunque en ocasiones el relato se centra en acontecimientos
particulares, obviando otros temas colectivos, su explicación es rica,
pues permite apreciar cómo se desarrollaban las relaciones sociales, incluso
entre los grupos de poder, y cómo siempre era posible y fácil caer en desgracia
durante la “era” de Trujillo. El autor llegó a dirigir varios proyectos de
colonias agrarias y fue gobernador de la provincia Independencia en 1950,
además de ocupar importantes posiciones del Partido Dominicano en la comunidad.
Sus memorias dan un giro de tristeza en su tonalidad, al abordar la
situación económica de los descubierteros en la década de 1950. Explica que el
canal Cristóbal, promocionado por la dictadura como la solución para la
agricultura de la zona, a partir de las tierras que irrigaría, se convirtió en
la causa de la ruina de los agricultores y criadores, pues después de un
temporal en 1956 las aguas de las avenidas del Yaque terminaron en el lago, lo
que inundó las tierras agrícolas y ganaderas ubicadas en su ribera, lo que
llevó a la ruina a todos ellos, provocando calamidades y desasosiego colectivo.
De este desastre no se pudieron recuperar del todo hasta la actualidad.
Es, por tanto, un libro que hay que leer, para comprender las
sociedades suroestanas fronterizas alrededor del lago, en su dinámica de vida
social y economía, en sus espacios de supervivencia, en sus relaciones con el
vecino país, en la construcción diaria de su futuro.
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