Belisario Féliz: El último gran exponente de la mangulina y el caraviné
Por Werner Dario Feliz
En el siglo XIX vivió en la región suroeste un músico acordeonista conocido como Juancito Clara. De él, como sucede con los mentores de la cultura popular, se conoce muy poco, tal vez solo su nombre. Con Juancito Clara anduvo Ireno Ferreras, nacido en 1850 en San Juan, quien desde niño se radicó en Rincón junto a su familia. A Ireno se unió un músico del que también solo conocemos su nombre: Evangelista Féliz, de quien un 7 de marzo de 1910 nació Belisario Féliz Jiménez. En la incipiente economía comercial de Cabral, entre 1910 y 1930, anduvo Belisario con su Padre, quien recorría aquellos lugares tocando música junto a Andrés Ferreras (Andrés Segunda), Pedro Ignacia, José Soy y otros que se pierden en la memoria.
De estos músicos repentistas y bebedores de tafiá, que
tocaban por puro placer, aprendió Belisario a extraer del acordeón la notas
para tocar mangulina, carabiné y balsié. Según él mismo expresó, ya a los 17
años movía el instrumento a sus anchas y sustituía a su padre en los rincones
del pueblo. Posteriormente, dirigía un nuevo grupo de jóvenes, que se dedicaron
a tocar en los rincones de la región.
A partir de la década de 1930 la hegemonía de Belí, ese
joven acordeonista de Los Botaos, se hizo presente. Fue él quien amenizó las
fiestas del pueblo llano durante la inauguración del parque Los Trinitarios, el
27 de febrero de 1944, mientras los funcionarios del pueblo y aquellos que
tenían hegemonía económica, “los del centro”, se entregaban a una fiesta de la
“clase pudiente” en los salones del ayuntamiento. Fue a él a quien le
correspondió amenizar las fiestas de “los de abajo”, los de la periferia,
durante la inauguración de la Escuela “Julia Molina”, el 24 de octubre de 1954.
Era él quien le brindaba música popular a los habitantes de los barrios y
secciones, aquellos que no tenían cabida en las actividades celebradas por los
económicamente hegemónicos.
Cada fin de semana, cada día de celebración, cada
oportunidad, aparecía Belisario y su grupo con su gracia y cuerpo y por horas,
acompañado de unas botellas de ron, ponían a bailar a todo el pueblo. Fue
Belisario quien acompañó con su música a las Cachúas en aquella celebración
Cultural del Estadio Quisqueya, el 17 de agosto de 1963 y fue él quien brindó
sus canciones cada año en las calles del pueblo, durante las celebraciones de
nuestra cultura. Belí representó a Cabral con su música en la década de 1980,
cuando comenzaron los desfiles nacionales de carnaval. Visitó el Museo del
Hombre Dominicano en aquellos sábados culturales y otros centros folklóricos
del país. Fue el último exponente genuino de la mangulina cabraleña, del
carabiné, del balsié y de otros géneros. Era repentista, improvisaba, resaltaba
virtudes y belleza. Era humilde, sencillo, amable, un ser humano excepcional.
Un cabraleño que vivió pobre y murió más pobre. Una especie extinguida.
El 5 de julio de 2010, al filo de sus 100 años, el Centro
Cuesta Nacional le concedió un homenaje, por sus aportes y promoción de la
mangulina y el carabiné. Estuve allí, en ese auditorio de la casa San Pablo.
Vía a ese inmenso hombre recibir su galardón, destilando humildad y sabiduría,
tal vez sin darse cuenta de lo que había hecho, de lo logrado. Él se mantuvo
incólume, sonriente, desgarbado por los años, no comprendía el por qué
reconocerlo por algo que era parte de él, llevado a cabo con pasión ni
pretensiones. Lo aplaudí con pasión, con sentimientos profundos de
agradecimiento y admiración.
El 1 de octubre de este 2017, con 107 años, Belisario Féliz
Jiménez cerró sus ojos para nunca más abrirlos. Sus dedos, que tanto teclearon
los botones de su acordeón, se doblaron y endurecieron. Su boca, que tanto
cantó, cerró. Su cerebro, que tanto improvisó, se apagó para siempre. El día de
su entierro, casi solo, sin ningún honor y sin concurrencia, el cielo lloró.
Una llovizna pertinaz acompañó el féretro, lo que no impidió que algunos
compañeros del acordeón y la percusión le tocaran su último adiós. El viejo
Belí quedó allí, en una tumba, en su amado Cabral, después de haberle dado 90
años de música y alegría a su terruño, después de mantener en alto un ritmo que
el tiempo se está encargando de desaparecer.
Partió Belí, ese grandioso mentor de la mangulina cabraleña
y con él se marchan casi 100 años de música popular, con él se retira el último
gran exponente de la mangulina y el caraviné, con el termina el legado de
Juancito Clara, de Ireno Carlita y de evangelista Féliz, con él muere la música
vernácula, de la cual Cabral se jacta de ser su padre.
Nuestro Belí, de Los Botaos, el cantor de los excluidos del
pueblo, ese que brindó alegría durante 9 décadas, ese que vivió y murió por la
felicidad colectiva, ese que empeñó su acordeón para comer y alquilaba uno para
tocar, ese que poco recibió y tanto brindó, ese será recordado. Él es un
ejemplo para todo el pueblo de Cabral, es la máxima representación de nuestra
música popular. Es una guía para impulsar el amor por la cultura y el folklore
del pueblo. El recuerdo de su nombre debe ser perpetuado, llevado al pódium más
alto, colocado en la cima de la representación. Una calle, un centro cultural,
un avenida, un edificio, un club, una escuela, todo aquello que sea posible de
llevar su nombre. Hablar de él en las escuelas y recordarlo como vivió. ¡Que
viva Belisario Féliz Jiménez!
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